Hambre... ¿de qué?

Supongo que empieza cuando tenemos más conciencia de la realidad. Cuando, unos anhelos en tu interior, te hacen buscar. Buscar donde allí todavía no has encontrado nada. Y cuando encuentras, es como una luz que lo alumbra todo, como la luz de por la mañana que entra por el ventanal y define con claridad los objetos, con sus perfiles, sus límites, las luces y las sombras que hay en la sala. Lo que no sabemos en ese preciso momento es que esa luz nos marcará para siempre, y no nos podremos desprender de ella.

Mujer mirando por la ventana, Mónica Castanys

Hay verdades que iluminan nuestra conciencia y de las que nunca nos podremos deshacer. Esas luces que encontramos al buscar sin darnos cuenta van definiendo nuestra identidad. 

En mis años de universidad fue cuando sentía esta necesidad de buscar, una necesidad que incluso en muchas ocasiones me quitaba la paz. “Pero… ¿necesidad…de qué?” Me preguntaba.

Son esos momentos donde la realidad te habla y no puedes hacer otra cosa que responder, que sentirte responsable de buscar y actuar. 

Entonces entendí, que era un hambre de conocimiento, que conforme vivía, iba a más. Una conversación, un paseo, un libro, una idea, un atardecer… se convertían en las llamas que alimentaban ese fuego. E incluso quería correr, como quien corre detrás de un pajarillo pero que cada vez vuela más rápido y más alto. 

¿Y qué hacer con ese fuego que nos invade?

El apetito desde lo más adentro. El hambre originaria. Hambre de todo, hambre indiferenciada. María Zambrano. 

Como apunta la filósofa (a quien tengo un especial cariño no solo por la verdad que encierran sus escritos, sino también porque una muy amiga mía fue quien me habló de ella) ese “hambre” en el sentido de alimentar nuestro intelecto y nuestro corazón, es originaria, pues no hay nada más humano y más identitario que el asombro, que la pregunta.

El ir más allá, el profundizar, es algo que no debemos nunca renunciar, ni olvidar el inmenso mundo que existe si vamos un poco más allá de la apariencia. 

El océano me fascina por el silencio que parece esconder. Todo un mundo oculto bajo la superficie de las olas. Igual de profunda es la realidad. De apariencia simple pero que custodia ideas, pensamientos y donde podemos caminar hacia la verdad y la belleza. 

Y aquel vacío del mundo, aquel hueco, se fue llenando de… poesía. La realidad penetra en nosotros poética e indistinta. María Zambrano

Jardines, margaritas y libros. Amistades, tumbarse en el césped, hablar, contemplar el cielo. 

Mi identidad se fue forjando entre las idas y las venidas en la ciudad universitaria. En ese trajín donde todo está pintado de novedad. 

Conforme iba aprendiendo y descubriendo, me di cuenta que esa falta de paz que me invadía por querer descubrir más, se transformó en un diálogo con la realidad y una actitud de ternura hacia lo que la realidad me podía ofrecer. 

Sin darnos cuenta, aquellos libros que leemos, aquellos paseos que damos o lugares que observamos, producen en nosotros como diría Virgina Woolf en su libro Una habitación propia:

“Después de leerlos (los libros) vemos con más intensidad, el mundo parece haberse despojado del velo que lo cubría y haber cobrado una vida más intensa”. Virginia Woolf

Las humanidades, la cultura, el saber, no hacen otra cosa que ampliar nuestra visión, pues el horizonte se vuelve amplio y rico en cuanto es infinito para conocer y conocernos en él. 

En este artículo te invito a que la realidad no deje nunca de parecerte fascinante y que el apetito de asombrarte y conocer nunca desaparezca.

No vemos en el próximo escrito, mientras tanto párate a contemplar.

Mujer leyendo, cuadro de Mónica Castanys